Si te pilla un semáforo en rojo y prestas algo de atención a la radio, recibes una lección de economía exprés. Te enteras que California entró en bancarrota y la Reserva Federal la rescató. Se entiende que la cosa esta muy fastidiada ya que aquí no tenemos Reserva Federal. Son los estadounidenses los que salvan a los propios estadounidenses. En Europa, es Alemania la que rescata, eso si su presidenta logra convencer a los bávaros que son los más reacios de su país. Los bávaros no piensan en Europa, ni en que tienen que vender BMV, además, con ese gentilicio parecen difíciles de convencer… En otro semáforo te enteras que la primera economía del mundo, EEUU, estuvo a 48 horas de la suspensión de pagos, y que como Europa, todos miran hacia China como la gran salvadora. Los chinos venden de todo en todas partes y lo más gracioso es que se lo vamos a comprar con el dinero que nos presten, a mi me da que cuando nos tengan bien amarrados las cosas no las van a vender tan baratas…
Cuando tratas de conocer un poco los indicadores, los parámetros con los que puedes hacer tus propias cávalas, ves que todo avanza y sigues sin enterarte de nada… El Cambio del dólar, barril de brent, ibex, índice nikkei… y hasta hace unos meses había millones de expertos en Euribor. Todo eso se ha convertido en vocabulario antiguo, o dominas la prima de riesgo o no te invitan a una tertulia.
Voy a recordar una carta escrita por don Gonzalo Torrente Ballester y que lo constata como un auténtico visionario. El 31 de agosto de 1966, D. Gonzalo coge un avión con destino a New York aceptando una invitación de la universidad de Albany para ejercer como profesor distinguido. Había dejado Pontevedra y “añoraba los otoñales atardeceres valleinclanescos junto al rio y los vendavales azotando su camarote abuardillado”. En febrero de 1972 escribe a su amigo José Luis Hervés a Marín, y entre renglones cargados de nostalgia le cuenta:
Voy a recordar una carta escrita por don Gonzalo Torrente Ballester y que lo constata como un auténtico visionario. El 31 de agosto de 1966, D. Gonzalo coge un avión con destino a New York aceptando una invitación de la universidad de Albany para ejercer como profesor distinguido. Había dejado Pontevedra y “añoraba los otoñales atardeceres valleinclanescos junto al rio y los vendavales azotando su camarote abuardillado”. En febrero de 1972 escribe a su amigo José Luis Hervés a Marín, y entre renglones cargados de nostalgia le cuenta:
“De lo que sí estoy descontento es de la vida americana. Esto es un imperio enfermo de curación difícil, pues, como siempre pasa, su debilidad reside en el interior de su propia grandeza. Lo curioso y lo nuevo es su manifestación en la sociedad y en las personas. Abulia, desmoralización, inmoralidad, ceguera; éstas son las tónicas más visibles. Ellos advierten solamente que la vida cuesta cada vez más cara, pero los más perspicaces se dan cuenta de que hay algo más. Entre tanto algo se modificará en el resto del mundo que impedirá a este país recuperar la posición perdida. Con Sudamérica ya no pueden contar y con Europa tampoco. Para salvarse recurren a China, y China se deja querer. Pero, ¿quién nos va a defender del empujón chino? No espero vivir tanto para verlo pero es evidente que se producirá. Las computadoras aconsejan a estos caballeros una estrategia muy peregrina”
En fin, hoy vemos como la hecatombe de la economía americana es fruto de la codicia desmedida, y nos arrastra. D. Gonzalo ya lo advirtió hace más de 40 años...y eso que era de letras.
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